jueves, 21 de junio de 2012

Los treinta años de un extraterrestre



Aún recuerdo como si fuera ayer el día en que fui con mi familia a ver E.T. Pronunciábamos el título en inglés, como buenos americanos: “I.TI”. Era el año 1982. Hace tres décadas. Fue en Maracaibo, claro, en el cine Roxy, nostálgica sala de proyecciones con telones teatrales y lámparas futuristas. Cómo adoré aquel cine de mi infancia. Recuerdo que aquel día la cola de gente bajaba las escaleras del Roxy y bordeaba el centro comercial Villa Inés hasta llegar a la esquina, casi cerca de Chop’s, la menos inolvidable venta de tequeños. Todo un suceso.

Con E.T. aprendí a descubrir un maestro del arte universal: el señor Steven Spielberg. El cine de ciencia ficción no volverá a ser el mismo después de Spielberg. E.T. es la historia de una amistad entre un niño y un extraterrestre, y es, desde mi punto de vista, el modo que Spielberg utilizó para decirnos que los seres venidos de otros mundos podían ser de mejor naturaleza humana que nosotros mismos, valga la contradicción.

E.T. fue el trampolín de figuras como Drew Barrymore, estupenda actriz sin duda alguna, y el gran pretexto para componer la música más sublime de John Williams. Quedará para la historia y para siempre, en mi memoria, el fotograma de la luna inmensa sobre la que vuelan las siluetas recortadas de Elliot y de E.T. montados sobre su mágica bicicleta. Si a eso se le añaden los gloriosos violines de Williams, y una frase: “I’ll be right here”, con un dedo de marciano encendido sobre el pecho de un niño, pues no queda más remedio que ponerse a llorar, celebrar la vida y dar gracias por haber vivido en los ochenta, en una época en que Maracaibo era inocente y las películas te hacían verdaderamente feliz.

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El fotograma de E.T. que ilustra este artículo fue sacado del sitio Wallpapers-zone.com. E.T. fue estrenada en julio de 1982. Según el portal Wikipedia, “el característico tema de comunicación de Spielberg es asociado en este filme con lo ideal de la comprensión mutua: él ha sugerido que lo central de la historia de la amistad alienígena-humana es una analogía de cómo los adversarios del mundo-real pueden aprender a superar sus diferencias”.

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